
De nuevo domingo. He de vestirme pero no sé como. Me asomo a la ventana, dejo que mi cara y mis manos me digan la temperatura. Finalmente, me decido por un traje pantalón de entretiempo y salgo a la calle pisando con desgana. El suelo está húmedo a causa de la larga ducha recibida durante la noche. Algunos árboles gimotean: sus vestiduras caen a pedazos dejando las ramas desnudas. Me estremezco. La brisa es fresca. Acelero el paso. !Ay! !Vaya resbalón! Me duele el tobillo. El paraguas me sirve de apoyo.
Risas altas, limpias, alegres, escandalosas casi, rasgan el aire.
Los gemidos cesan. La brisa se hace viento y , empujando nubes, abre paso a unos pálidos rayos de sol que reclaman su espacio. Mi sombra se hace larga, larga. El tiempo se para. Por un momento, todos, árboles, viento, sol, sombra y tiempo somos parte del juego entre unos niños y las doradas hojas de otoño que planean en la plaza y parecen burlarse de ellos, aquí un regate, allá un !que te pillo!.....
Luego, volvemos cada uno a nuestros quehaceres. Mi paso es, ahora, mucho mas ligero.
Risas altas, limpias, alegres, escandalosas casi, rasgan el aire.
Los gemidos cesan. La brisa se hace viento y , empujando nubes, abre paso a unos pálidos rayos de sol que reclaman su espacio. Mi sombra se hace larga, larga. El tiempo se para. Por un momento, todos, árboles, viento, sol, sombra y tiempo somos parte del juego entre unos niños y las doradas hojas de otoño que planean en la plaza y parecen burlarse de ellos, aquí un regate, allá un !que te pillo!.....
Luego, volvemos cada uno a nuestros quehaceres. Mi paso es, ahora, mucho mas ligero.
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